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lunes, 9 de agosto de 2010

El conventillo en Buenos Aires

La historia de los conventillos de nuestra ciudad comienza con la llegada masiva de la inmigración europea. Los primeros en llegar fueron marginados políticos y sociales. Esta situación provocó en la ciudad un gravísimo problema habitacional, puesto que no estaba preparada para recibir esta cantidad de personas. Los conventillos adquieren la denominación de una irónica expresión española que se refiere al convento como prostíbulo.


La Ciudad de Buenos Aires a fines de 1860 y principios del 1900 elevó su población de 177.780 habitantes a 950.900, respectivamente. Este crecimiento tiene su causa en la política de atracción europea incentivada en la presidencia de Mitre (1862-68) y con la implementación de la “Ley Avellaneda” de Inmigración y Colonización en 1876. En este marco surgió el emblemático Hotel del Inmigrante ubicado en la Avenida Antártida. Argentina en el sur de la ciudad. Este edificio fue construido por el gobierno para recibir la gran masa de inmigrantes que escapaban de la guerra y la hambruna de Europa.

Pronto este alojamiento quedó chico la solución de encumbrada dirigencia porteña se resumió en improvisadas remodelaciones de viejas casonas coloniales. Estas inmensas construcciones pronto se convirtieron en los famosos “Conventillos”. La refacción convirtió las casonas, en cuartuchos donde la superficie por persona era de 1,6 metros. El resto de la vivienda lo integraba un gran patio en común, un piletón que se abastecía con agua traída por carros de aguateros (hasta 1880 la ciudad no contaba con agua potable) Por supuesto tampoco había cloacas.

 Principalmente los conventillos se establecieron en los barrios de la zona sur, San Telmo, Monserrat, La Boca, y San Nicolás. En el barrio de San Telmo, en la calle Defensa 753 entre Independencia y Pasaje San Lorenzo se encuentra el Conventillo de la Paloma, una casa de inquilinos que con su nombre se conoce la obra del género sainete del teatro porteño, autor Don Alberto Vacarezza.

Los inmigrantes seguían llegando en aluviones a ocupar estas viviendas precarias, donde la epidemia de fiebre amarilla pegó sin escrúpulos. Los dueños de los grandes caserones que habían sido reformados para cobrar suculentas rentas por el alquiler de un “cuartucho”, fueron trasladándose hacia la zona Norte de la ciudad. Nacen así los barrios de la zona Norte en Recoleta o el Retiro, que a la postre se convirtieron en reducto de las grandes mansiones a donde estas familias adineradas se escaparon de las epidemias.




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